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viernes, 14 de noviembre de 2014

CALLES Y PLAZAS DE ALCALA DEL RIO (PROLOGO)




Es mi deseo comenzar una nueva serie de artículos dedicados a las CALLES Y PLAZAS DE ALCALA DEL RIO, en los mismos irán reflejado fechas, cambios de nombres y curiosidades sobre las mismas.
Dichos artículos serán extraídos del libro “ALCALA DEL RIO UN SIGLO DE SU HISTORIA A TRAVES DE SUS CALLES” escrito por los alcalareños D. Antonio Domínguez Fresco y D. Fernando González Ojeda, y abarca desde 1989 a 1996.
Como comienzo de estos artículos, transcribo, el PROLOGO del mencionado libro escrito por Don Ignacio Montaño Jiménez.

PROLOGO

Las calles reflejan la vida de un pueblo. Arterias por donde circula el calor de sus gentes, testigos vivos de la historia viva, reflejo de los vaivenes que acuna la mano de los tiempos.
Las calles, su casas, cambian no solo por razones generacionales (de padres a hijos), sino porque en el tiovivo que sube y baja apellidos y fortunas, ahora le toca ocupar el cogollo urbano de la villa a los anteriormente desheredados mientras decaen o desaparecen pasadas grandezas.
Las propias calles, por los mismos motivos,  pasan a ser céntricas  cando nacieron en la periferia , o quedan arrinconadas después de siglos de protagonismo. Y este cambio llega igualmente hasta el propio callejero que se enriquece y se completa al compás del desarrollo de la villa.
Todos los sentimientos se agolpan en mi corazón y en mi memoria,  con motivo de la publicación de este libro “Alcalá del Río un siglo de su historia a través de sus calles (1889-1996)” del  que son autores  alcalareños destacados y complementarios como son  Fernando González Ojeda y Antonio Domínguez Fresco.
Al prologarlo, por la benevolencia  de tan admirados y excelentes amigos, lo hago como un testigo ocular y directo de mas de sesenta años de lo que aquí se cuenta. Ante mis ojos desfilaron hombres que ya son historia, personas y familias que irrumpieron en nuestras vidas comunitaria o que llegaron a oscurecerse tras las fachadas de tantas casas que, a su vez, cambiaron de nombre o simplemente de color y tamaño en las leyendas  de sus calles.
¡Cuantos amigos que fueron perpetuán sus recuerdos dando nombre a las calles y plazas ilipenses!. Desde la amplia nomina de la barriada dedicada a Dieguito el Alcalde hasta el sentido homenaje que nuestro pueblo dedicó al corazón inabarcable de Ramón el del Viño, que rico testimonio de bonhomía y de entrega por la patria chica.
Si hubiera de destacarse una sola característica que pone de manifiesto la lectura de tantos y tan evocadores nombres, ésta habría de ser la generosidad del pueblo. ¡Que manera tan abierta de llevar la inmortalidad  personajes aparentemente tan dispares como San Gregorio y Faustillo el arriero, como Antonio Reverte y El Melao, como El Siete y Santa Verania!. ¡Este es nuestro pueblo!. Porque el callejero Alcalareño es solo una constatación del espíritu de convivencia  que preside los perfiles encalados de nuestro caserío. ¡Quiera Dios que sepamos conservarlo!.
Los puntos cardinales de mi propia de mi propia biografía ponen de manifiesta una tozuda continuidad en el nomenclátor. Así se sigue llamando desde mi propia infancia; Manuel Zambrano, la calle de mi nacimiento; Ilipa Magna, la del domicilio de mis padres y el mío propio; Antonio Reverte , la de mi colegio; San Gregorio, el corazón cofradiero de todo el pueblo.
¡Que acierto de los autores!. Y que serio compromiso de continuar ahondando  en el tema hasta poner nombre y apellidos al callejero alcalareño, de épocas anteriores. En el archivo de Protocolos Sevillano, en El Palacio Arzobispal y en el de nuestra propia parroquia, y en tantos otros lugares y referencias, esperan el gozo y la sorpresa de completar esta consideración tan directa de nuestras vidas y las vidas de quienes nos precedieron.
Encontrarse con estas páginas totalmente dedicadas a nuestras cosas, es una profunda e impagable satisfacción.
Toda mi vida y antes de leer un libro, busqué siempre en su índice a nuestro pueblo por su nombre actual o antiguo, por su insigne patrono o por sus hijos ilustres. Y me sentía feliz y contento al leer a Rodrigo Caro, en El Cura de Los Palacios o en Ptolomeo los trazos emotivos de algún acontecimiento alcalareño.
Por eso, la gratitud de todos por el esfuerzo que este libro significa y el estimulo a continuar la tarea.
Enhorabuena de todo corazón a sus autores, que acaban de iniciar un apasionante recorrido por el laberinto del escenario de nuestra historia, camino que deben de continuar en nombre del acierto que reflejan estas páginas  y de su profundo sentir alcalareño.
Ignacio Montaño Jiménez.


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