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viernes, 21 de noviembre de 2014

LEYENDAS DE ALCALA DEL RIO (La puerta de Bib Ragel y un hermano de La Soledad)

Virgen de La Soledad de Alcalá del Río (Foto archivo de La Soledad)


Sevilla, desde la época de Julio César, quien cuentan que fue el primero que la fortificó, ha sido siempre ciudad amurallada. Por su gran perímetro, contó con un buen número de puertas que, a través de sus murallas, comunicaban las principales calles con los diversos caminos que desde Sevilla tenían salida hacia las poblaciones de su contorno. Estas puertas solían llevar por nombre el de la localidad a donde llevaba el camino que de ellas partía (Jerez, Carmona, cte.) o los productos que por ellas tenían señalado paso obligado a efectos de tributos y alcabalas (Puerta del Carbón, Puerta del Aceite o Puerta de la Carne). Pues bien, en el lugar que hoy ocupa la nueva rotonda situada entre el moderno puente de la Barqueta y la calle Calatrava, que nos lleva hacia la Alameda de Hércules, en tiempos existió una puerta que desde los tiempos de los moros se llamó de Bib Ragel del que aún perdura esta denominación como nombre de una de las callejas que unen la Resolana con la calle Calatrava.

Lugar donde se encontraba ubicada la Puerta de Bib Ragel, como se puede ver en el rotulo, existen errores, pues en vez de Bib han puesto Via y en vez de Ragel, Arragel


Muy pocos  alcalareño saben el origen del nombre de Bib Ragel, a pesar de lo mucho que les concierne. «Bib» es una palabra árabe que significa «puerta» y Ragel (o Arragel) no es otra cosa que la defonnación de la palabra árabe «Ragwal», que era el nombre que Alcalá tuvo durante la época musulmana, ya que su nombre completo era el de «al-Qal'at Ragwal» cuya traducción al castellano es «el castillo de Ragwal». Por tanto, el nombre de la puerta de «Bib Ragel» no es otro, hablando en castellano actual,  que el de «Puerta de Alcalá del Río».

Y ya explicado el emplazamiento y razón del nombre de la «Bib Ragel» o «Puerta de Alcalá del Río», voy a contar algo que le ocurrió a un alcalareño y que está relacionado con esta puerta

El  día  de  nuestra  historia  Gregorio  Martín  había sal ido en barco de Alcalá al amanecer con el propósito de hacer en Sevilla durante el día algunas compras  para su casa y luego volver al día siguiente de nuevo para Alcalá. Y dado que Gregario era hermano  muy señalado de la cofradía  de  la Soledad   y de  gran  confianza  para  su mayordomo, sabiendo  éste  que  viajaba  a Sevilla  de compras. le dio una buena cantidad de dinero para que la diese a cuenta  de unos encargos que  la cofradía  tenía hechos a un orfebre del barrio de el Salvador. El bueno de Gregorio, sintiéndose abrumado y  responsable de la confianza que su mayordomo había puesto en él,  y tratándose como se trataba de dineros de su cofradía,  no solamente se guardó estos en un lugar aparte, sino que se lo vi no palpando todo el tiempo que duró la travesía del o, con el temor de que pudieran caérseles o se los robaran.

Con esa inquietud desembaren la Barqueta y atravesó la Bib Ragel en dirección  hacia el centro de Sevilla, pero aquel día había por al más concurrencia de gentes que de costumbre. Entre que habían descrugado u n buen  montón de paja que ocupaba  media cal le, que había una obra en una esquina y un puesto de melones y sandias en la otra y el tropel de gentes que merodeaban por  toda la zona,  lo cierto  es que  Gregario tuvo que atravesar la puerta a empujones entre unos y otros.

No había llegado a la laguna de la alameda cuando, lo mismo que había venido haciendo toda la travesía, se volvió a tocar el sitio donde traía escondido el dinero de la cofradía para asegurarse que lo traía consigo. Y cuál  no sería su sorpresa  y su estupor  al  comprobar que,  por mucho que se tocaba y se registraba, el dinero no aparecía por ninguna parte. Volvió corriendo hacia la puerta por si la taleguilla se le había caído en la bulla y estaba todavía en el suelo, cosa que n i él mismo creía, o que algún alma caritativa se la había encontrado en el suelo o en el bruco y estaba buscando a su dueño, cosa también poco probable.

Pasado el desconcierto primero, y una vez que Gregorio se percató de la triste realidad, la cual n o sólo iba a retrasar considerablemente el estreno de su Virgen de la Soledad  sino que l e iba a costar a él el jornal de varios años, ya que por supuesto estaba dispuesto a restituir a su costa lo que le habían confiado, no le quedaron  ganas ni fuerzas  para continuar con sus compras particulares, aunque s u dinero, por llevarlo en otro bolsillo, lo conservaba aún.

Sin saber qué hacer. y sin dejar de reinar en su problema, se sentó en  unas cajas  que había  junto a l a muralla y se echó a llorar. Y no lloraba por lo que le pudiese costar a él el percance, sino porque ya no iba a estrenar aquel año su Virgen de la Soledad los faroles que estaban encargados. Así estuvo un buen rato hasta que a su lado, con más pena y más llanto que él, se sentó una pobre  mujer, vestida de  negro de los  pies a la cabeza, acompañada de un muchachillo joven.

Era tal con la pena que aquella mujer lloraba que los que  pasaban no podían hacerlo sin mirarla y compadecerse de ella. Gregario, con su ya gran  tristeza  por lo ocurrido., doblada  por  la visión  de  aquella  mujer,  le preguntó al chaval que iba con ella qué es lo que le  había pasado.

El muchacho le puso enseguida  al corriente de todo. Acababan  de ajusticiar en la puerta de la Audiencia  al único hijo que tenía aquella mujer y por una causa de la que era totalmente inocente. La pobre mujer era viuda,  su marido, carpintero, había muerto algunos años atrás y habían tenido que cerrar la carpintería en el pueblo para venirse a Sevilla. Ahora, después de la muerte del hijo, quedaba  totalmente  desamparada y sola.  El muchacho que iba con ella, Juan, había sido pescador en su pueblo y amigo íntimo de su hijo, el cual le confío el cuidado de su madre poco antes de que lo ajusticiaran, y sin saber a dónde ir, habían decidido irse hacia donde hubiese gentes de barcos y pescadores por ver cómo ganarse de nuevo la vida. 
                                                                      .

A Gregorio, aquella historia le resultó familiar y conocida.  La casualidad  había hecho que a su lado se sentara una mujer  que vivía la misma circunstancia que tuvo que vivir su Virgen de la Soledad en aquel primer Viernes Santo en Jerusalén.  Al buen Gregorio  no se le ocurrió otra cosa que pensar: Si mi Virgen de la Soledad no estrena este año los faroles, tampoco en mi casa estrenamos las cortinas  y los muebles  que yo venía a comprar”.  Y sin más se sacó todo el dinero que traía para sus compras y se lo entregó a aquella pobre mujer para las primeras necesidades.
Después de esto, se sintió más tranquilo, convencido que, al menos, su propio dinero estaba en manos de la Virgen de la Soledad, a la que pidió le ayudara a ganar lo suficiente  para  poder  restituir  pronto  a la cofradía  el dinero que le habían robado y del que él se sentía responsable. Y no teniendo nada que hacer ya en Sevilla, se volvió a Alcalá aquel mismo día en el primer barco que remontó el río.

Al entrar aquella tarde en su casa en lugar de llegar al día siguiente como estaba previsto, su mujer, en vez de extrañarse y preguntarle qué había sucedido, le miró sin sorpresa  y le hizo el siguiente reproche:
-Ya sabía yo que hacías el viaje en balde con tanto despiste como gastas últimamente, ¿a quién se le ocurre ir a Sevilla de compras  y dejarse el dinero encima de la cómoda?

Gregorio quiso preguntar de qué dinero le estaba hablando, porque él estaba seguro de haberlo cogido, habérselo guardado  muy bien y de haberlo ido tocando todo el tiempo que estuvo en el barco hasta que llegó a la puerta de Bib Ragel, pero no pudo articular palabra. Su mujer,  recogiendo el gesto  de extrañeza  de Gregorio, continuó con su reproche:

- Cuando  a media  mañana  fui al cuarto  a coger el dinero para ir a comprar a la tienda me di cuenta de que te habías dejado esa taleguilla encima de la cómoda. Y por cierto ¿a dónde ibas con tanto dinero? ¿De quién es todo ese capital, porque que yo sepa, en esta casa no ha habido tanto ahorro en toda nuestra vida?.

Gregorio abrió la taleguilla, que sin duda era la suya, pero como si fuera la primera vez que la veía, contó el dinero cuatro o cinco veces y comprobó que había exactamente el doble de lo que le habían robado más lo que él le dio a aquella mujer que le habían ajusticiado al hijo.

Gregorio, hombre de fe, no se preguntó nada más porque estaba seguro de qué es lo que había pasado. Volvió a preparar el mismo viaje para unos días después y realizó sus compras y sus encargos esta vez sin novedad ni problema alguno. Lo que hizo fue preguntar por la viuda y el chaval a los que trabajan por la puerta de Ragel y por los muelles, por si alguno sabía qué había sido de ellos, pero nadie le supo decir nada ni recordaban haber visto a nadie de la forma que Gregorio decía.

Lo que sí se comentaba por allí es que días antes, justo el día que Gregorio había perdido su dinero, los alguaciles habían detenido a un ladrón que operaba por los muelles y por los alrededores de la puerta y se lo habían llevado  a las galeras.  Y lo curioso  del caso era que el ladrón pertenecía a una familia de comerciantes acomodados de Sevilla, que no padecía ninguna  necesidad  ni escasez, pero que el vicio y la poca consideración por los demás le hacían disfrutar  robando  y causando el consiguiente perjuicio a cualquiera, sin consideración de si era pobre o no.

Y esta es la historia. Como se dice al principio, los detalles son lo de menos. En cualquier caso, dos cosas son totalmente ciertas y verídicas: Una es que existió  una puerta en la muralla  de Sevilla  que se llamó Bib Ragwal o Bib Ragel. La otra cosa cierta es que, casos como éste, en los que la generosidad y la caridad se ven ampliamente recompensados, pasan también  todos los días.

Nota.- Extraido del Cuadernillo Ilipense nº 4 

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